El último argentino

En El Último Samurai, película de 2003 protagonizada por Tom Cruise, el bueno de Tom se pasa a las filas de los japoneses y permanece en batalla como el último de los legendarios guerreros nipones en quedar de pie. La analogía con mi situación en el trabajo en el depósito del Countdown es casi perfecta.

Cuando empecé, cinco semanas atrás, había tres argentinos trabajando. Y en mi segunda semana laboral se sumaron dos más, totalizando seis argentos en el depósito, peleándole casi mano a mano la mayoría a los kiwis. El español se escuchaba casi tanto como el inglés. Pero de a poco fueron cayendo los soldados.

Los dos de mayor antigüedad se fueron al final de esa segunda semana, porque ya lo tenían previsto de antemano. Después, de los últimos dos en sumarse, uno abandonó a los diez días y el otro duró una semana más. Ambos se hartaron de levantarse a las cuatro y media de la mañana y de cargar cajas todo el día.

Y, finalmente, mi compañero de aventuras, Alexis, con el que compartimos tantos viajes al Countdown de madrugada, se volvió a Argentina este sábado, y me dejó como el último argentino en el depósito. Igualito a Tom.

Con tanta experiencia, ya puedo dar cátedra de lo que es el trabajo. Por ejemplo, va una tipología de los pedidos que tenemos que armar para las distintas cadenas del supermercado. Tenés desde los que agrupan cajas de snacks, que son un golazo, porque no pesan nada y se apilan rápido, hasta los de bebidas, que son un garrón, porque pesan una tonelada (a veces, literalmente) y son difíciles de apilar, pasando por otros que son un enorme garrón, porque son como trescientos productos (a veces, literalmente), muy chiquitos y que se apilan fácil, pero que tardás como una hora en armarlos.

Una vez, estaba enfrascado en uno de esos pedidos cuando me lo crucé a Alexis, que andaba a las puteadas por lo mismo, porque había empezado apilando cosas chiquitas y como a la mitad le empezaron a venir cajas pesadas que amenazaban la frágil estructura del pallet. La cosa es que cada uno siguió su camino por los pasillos del depósito, y como a los quince minutos escucho:

─¡Vamos la concha de su madre!

Alexis había terminado el pedido.

Parece de locos gritar, pero en realidad es más común de lo que parece. La máquina que te va tirando las órdenes por el auricular muchas veces no te entiende los comandos que le decís y te exaspera. Así, es normal andar por los pasillos y escuchar a alguno gritando “¡ready!” (uno de los comandos, que sirve para aceptar lo que la máquina te dice) repetidamente.

Otra de las cosas que también se repiten es la molestia de los supervisores. Siempre tienen algo para decirte, especialmente sobre la performance.

¿Y qué es eso, se preguntarán?

Cada vez que el sistema te asigna un pedido para armar, tiene estipulado un tiempo estándar en el que debería completarse. Estos varían desde los cinco hasta los cincuenta y pico de minutos. Si vos lo completás en el tiempo previsto, o más rápido, estás en 100 % o más de efectividad, lo cual es muy difícil, por no decir imposible. A su vez, con tus porcentajes de cada pedido el sistema va calculando tu promedio diario.

Cuando yo empecé, vino un supervisor en mi primera semana a decirme que mi porcentaje estaba bajo, lo cual era cierto (un 60 %), pero ni consideró que recién empezaba. A los dos días ya estaba en 70, y vino otro a decirme que seguía bajo y que tenía que levantar todos los días un poco más.

A Alexis le sucedió algo similar. Siempre venía arriba de 85, hasta que un día tuvo algunos problemas y bajó a 70. Enseguida apareció un supervisor a marcárselo. Al otro día, ya estaba arriba de 80 de vuelta, y volvió el mismo tipo a hablarle.

─Estás en 81, que no está mal, pero por ahí, si querés quedarte estable en el trabajo, tendrías que pasar los 85.

─…

El mismo supervisor, un barbudo bastante pesado, me agarró otra vuelta a mí y me dijo:

─Estás en 85 %, muy bien.

Casi me largo a llorar de la emoción. Pero enseguida agregó:

You have to push a little bit harder (tenés que esforzarte un poco más).

─…

De igual manera, te tienen corto con los breaks (descansos). Por día tenemos dos de quince minutos y uno de treinta, que se los pedís a la máquina. Y el aparato es tan vigilante que te los cuenta segundo por segundo, y si te pasás más de uno o dos minutos te bloquea el usuario y tenés que agachar la cabeza e ir a la oficina de los supervisores a implorar por el perdón.

A mí todavía no me pasó nunca (toco madera), pero a los dos argentinos que duraron dos semanas el primer domingo que trabajaron se fueron a comer a McDonald’s, volvieron como quince minutos tarde y tuvieron que ir a llorar a la oficina. A Alexis también le pasó, aunque en su caso por unos escasos cuatro minutos. Y lo agarró el barbudo con cara de tragedia y le dijo algo como:

─Fijate, te tomaste unos cuatro minutos de más. Tenés que volver antes.

─…

Así es la vida en el Christchurch Regional Distribution Centre (o Depósito del Countdown para los amigos). Por ahora sobrevivo como el bueno de Tom frente al ejército armado que quiere acabar con los samuráis. Mientras haya un argentino en el Countdown, no todo estará perdido.

Nota: disculpen la falta de imágenes para acompañar esta nota, pero en el trabajo no te dejan sacar fotos ni por casualidad, así que se las debo para cuando renuncie y saque algunas de canuto el último día. 

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