Apocalipsis Now

Me imagino la novela posapocalíptica que se va a escribir dentro de unos meses. Podría empezar en un mercado callejero de China, donde un oficinista se detiene a la hora del almuerzo para tomar una sopa de murciélago. O, en un giro de los acontecimientos, en una base militar secreta de Estados Unidos, donde unos marines terminan de sellar las probetas con el virus que decidirá la guerra comercial con el gigante asiático. O quizás, desde una perspectiva más costumbrista, podría empezar con dos argentinos que se bajan en Copenhague de un crucero que llega de Oslo. Esta, probablemente, sería la versión que menos vendería, pero la única que podría escribir desde mi propia perspectiva.

Antes de seguir, conviene aclarar que el crucero estaba lejos de ser un barco de lujo para millonarios septuagenarios que ya no saben en que gastar el dinero y se largan a navegar durante semanas alrededor del mundo. Sí, tenía algunos restaurantes, un pequeño free shop y habitaciones individuales, pero solo hacía un trayecto de dieciséis horas entre Copenhague y Oslo por el módico precio de ocho euros ida y vuelta. En fin, no estamos hablando de nuestra vida de turistas por el norte de Europa, así que sigamos con el virus.

Los buenos (y no tan) viejos tiempos

El miércoles 11 de marzo volvimos del crucero. Entramos a Dinamarca como si nada y nos fuimos a casa. Esa misma tarde yo trabajé y todo parecía normal. Los medios seguían bombardeando como de costumbre con el coronavirus, haciendo hincapié en lo crítica de la situación en lugares tan lejanos como China, Corea del Sur, Irán o Italia. Dinamarca, con apenas un puñado de casos confirmados, parecía intocable.

Parecía, porque esa misma noche la Primera Ministra dio una conferencia de prensa donde anunció el cierre de las escuelas y las oficinas estatales por dos semanas. También pidió que quien pudiera trabajara desde su casa y que evitara el transporte público en las horas pico. La primera consecuencia apareció a los pocos minutos en la app que uso para chequear el horario de los trenes: un cartel rojo obligaba a reservar asiento para viajar, ya que no permitirían que nadie fuera parado.

Sin mayores precisiones, a la mañana siguiente madrugué para ir a trabajar. Mi vagón estaba casi vacío, lo cual contrastaba mucho con los días normales, cuando había que ser un afortunado para poder sentarse. Viajamos todo el tiempo en un silencio que solo se vio interrumpido cuando alguien tosió de repente. El aire se cortaba con un cuchillo. Los que estábamos cerca nos miramos con cara de “nos vamos a morir acá mismo”, pero no dijimos nada.

En ese contexto, no fue una sorpresa que apenas durara quince minutos en el trabajo. Siguiendo los avisos de la noche anterior, todo se paralizaba por el plazo de quince días. Así que de vuelta a la estación para regresar a Roskilde. Estaba desierta y casi ningún tren funcionaba con normalidad. Los que no estaban cancelados estaban atrasados. En los andenes soplaba un viento helado y un aviso por los altoparlantes recomendaba mantener la distancia entre las personas, dándole al escenario un aire surrealista. De vuelta en casa, me dormí una buena siesta y traté de no preocuparme demasiado. Ro, por el momento, seguía trabajando normal.

Al día siguiente hice una incursión en el supermercado. Los anuncios de la Primera Ministra habían provocado un aluvión de clientes, que habían arrasado con el papel higiénico, el alcohol en gel, la carne, el pan, las facturas y la levadura. Nada como una pandemia global para tener una radiografía exacta de las diferentes culturas. Ante tanta desesperación, las grandes cadenas de supermercados sacaron un comunicado conjunto diciendo que no había peligro de desabastecimiento. Como consecuencia de eso (o quizás porque la mayoría ya se había stockeado para varios meses), en los días siguientes solo escaseó la carne y la levadura.

Esa misma tarde, apenas 48 horas después de las primeras medidas, el gobierno anunció el cierre de las fronteras por un mes. Desde ese momento solo podrían entrar al país ciudadanos, residentes y productos. Del otro lado del estrecho de Øresund, los suecos (históricamente Suecia y Dinamarca tienen una rivalidad como la de Argentina y Brasil) empezaron a tildar a sus vecinos de paranoicos.

El cierre de fronteras vino a confirmar algo que ya sospechábamos: la cancelación de nuestro viaje de Semana Santa a principios de abril. Y como consecuencia directa comenzó una larga pelea con compañías aéreas, hoteles y alquileres de autos para que nos devolvieran la plata de las reservas que ya habíamos pagado. Las redes sociales de estas empresas eran verdaderos campos de batalla, donde los usuarios descargaban toda su frustración ante la actitud vil de algunas compañías, que se resistían a devolver el dinero aun cuando no fueran a prestar el servicio.

Mientras tanto, enfrentábamos otros pequeños dilemas. A la noche teníamos un cumpleaños, y aunque los anfitriones entendían que no quisiéramos ir (“tenemos cerveza y papel higiénico” decían, para hacer la invitación más tentadora), cumplimos. De todas maneras, faltó la mitad de la gente.

El fin de semana el clima estuvo hermoso. Soleado, sin viento, cálido. No parece nada del otro mundo, pero hay que entenderlo en el contexto del fin del invierno, cuando llovía casi todos los días y podían pasar semanas sin salir el sol. No pudimos resistirnos y fuimos a tomar unos mates al fiordo, y no fuimos los únicos. Bueno, probablemente éramos los únicos con el mate, pero por lo demás la gente hacía vida normal. Corrían, andaban en bicicleta, paseaban al perro… En rigor a la verdad, el gobierno había pedido que se evitaran las aglomeraciones de gente, pero no había dicho nada de no salir a tomar aire fresco.

El martes a la noche (17 de marzo) volvió a hablar la Primera Ministra. Se cerraban los gimnasios, los shoppings, los bares y los restaurantes, aunque estos últimos podían seguir haciendo delivery. Además, se prohibían las reuniones de más de diez personas, bajo amenaza de que, caso contrario, intervendría la policía.

Apenas terminó la Primera Ministra, la televisión emitió un mensaje grabado de la Reina. La anciana leyó un discurso donde pedía a la población que se quedara en casa, obedeciera a las autoridades y tuviera valor para enfrentar estos tiempos difíciles. Enseguida surgieron comentarios en las redes sociales diciendo que desde la Segunda Guerra Mundial que un monarca danés no hablaba así, aunque no especificaban a qué se referían. ¿A lo improvisado del mensaje? ¿A la lectura? Quién sabe. La afirmación se perdió en la cadena de exageraciones y falsedades que surgió a partir del dichoso virus.

Volviendo a mi cronología, el miércoles 18 el trabajo de Ro también cerró sus instalaciones por tiempo indeterminado. La buena noticia es que la empresa le seguía pagando su sueldo en tiempo y forma, sin tener que recuperar las horas en un futuro. Así que aprovechando ambas cosas, su tiempo libre y sus divisas, esa misma tarde volvimos al supermercado. Había mucha menos gente que la semana anterior y ya no escaseaban los productos. Se recomendaba mantener la distancia entre los clientes, y donde más se notaba era en las cajas, donde unas líneas en el suelo indicaban los dos metros recomendados entre cada persona. Los pocos que circulábamos entre las góndolas nos mirábamos con enorme desconfianza, y esperábamos al acecho a que uno terminara de elegir sus productos para avanzar nosotros. Pese a todo, un cartel del supermercado anunciaba que “solo” se permitirían 160 personas a la vez en el local. Una rareza, ya que en un año comprando ahí nunca vi dentro más de treinta personas.

Aviso en el colectivo informando que solo lo llenarán hasta la mitad

Al momento de cerrar esta nota, la última novedad sobre este tema que puso en pausa todos los demás temas es que el “cierre de Dinamarca” (como lo denominaron los medios) se extenderá hasta el 13 de abril. Además, la policía comenzó a instar a la gente a denunciar, por internet y de forma anónima, a cualquier sospechoso de tener coronavirus. Una medida compleja, que habrá que tomar con reparos. Hay cosas de las que no se vuelven, incluso si pasa la pandemia.

Continuará…

¿Continuará?

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